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Sobre nieve y cambio climático (15/01/2009)

Explorando algunas de las sutiles pero fascinantes diferencias entre “Ciencia” y “Decir lo Primero Que Se Te Ocurre”

La ola de bajas temperaturas y nevadas que ha azotado recientemente Europa, parece haber venido para subrayar las tesis negacionistas -o “ecoescépticas”, como prefieren sus valedores- de aquellos que, con el pretexto de la crisis financiera global, amenazan con destruir los ya de por sí escasos avances para lograr un control racional de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Así pues, este fin de semana podíamos leer un artículo en La Razón en el que se nos explicaba cómo la ola de frío ha sido, para muchos, la prueba que faltaba para sepultar el fantasma del cambio climático en la Tierra. El hecho cierto es que esa afirmación es un despropósito -como prácticamente todo lo demás en el escrito- y podría parecer inútil refutar un artículo de opinión de un periódico cuya extremista orientación política no es ningún secreto, en lugar de, por ejemplo, hablar de los graves recortes efectivos a las políticas ambientales que han tenido lugar en Poznan, o discutir sobre las consecuencias que se pueden sacar (sobre soberanía energética y alternativas existentes) de las recientes noticias del gas ruso.

Sin embargo, y al margen del trabajo que en El Observatorio llevamos en paralelo sobre estos temas, hemos considerado importante diseccionar este artículo ya que los argumentos que emplea están mucho más extendidos por la sociedad y en especial en los medios de comunicación de lo que deberían, sobre todo teniendo en cuenta que son principalmente una mezcla de datos sacados de contexto, clichés, falacias diversas y pura y simple charlatanería. Y lo que es mucho más importante: más allá de que los argumentos contra el Cambio Climático (CC.) sean insostenibles, los argumentos que lo demuestran son cada día que pasa más apabullantes. Lo que sucede es que -curiosamente- no son tan conocidos. De hecho – de ahí el subtítulo- la diferencia entre unos y otros es básicamente la que existe entre la charleta de cafetería y el trabajo científico riguroso. Y, puesto que profundizar en esa diferencia es una de las tareas esenciales de nuestro grupo, eso es lo que se va a demostrar aquí, tratando de llegar a la raiz del asunto. Aunque resulte un poco largo.

El artículo arranca hablando de una gran cantidad de “gente” que opina que la “verdad oficial” (en cursiva el original) del CC. está claramente en entredicho, frente a la que se oponen Al Gore y sus “profetas” y la demagogia contra la que tanto han luchado (los primeros, claro). Este tono equilibrado e imparcial es una constante a lo largo de todo el artículo, y aunque no se mencionará más, ya da una idea de la calidad dialéctica o de la voluntad ecuánime de sus autores. Esta “gente” -que ahora pasaremos a ver quién es- parece considerar que las nevadas ya son una prueba imparable en sí mismas, pero se avienen a darnos hasta cuatro argumentos más.

Si nos atenemos a lo que son propiamente los argumentos, quitando todas las opiniones personales y las afirmaciones gratuitas, la cosa queda más o menos así:

- Algunas alteraciones puntuales del clima no son responsabilidad del CC.

- “Los ecologistas” (ese ente abstracto) culpan de todo tipo de cosas absurdas al CC.

- Tanto partidarios como escépticos del CC. tienen datos que sostienen sus tesis. Este argumento se apoya dando algunos de los datos en contra (por supuesto, completamente descontextualizados y sin comparar su peso con el de los que están a favor. Más abajo vemos cómo resisten esa comparación).

- Ya no hay consenso acerca del CC. Esto significa que, aunque el IPCC ha aglutinado a una abrumadora mayoría de expertos demostrando mediante publicaciones científicas la existencia del CC. y su origen humano, artículos publicados en “New York Times”, “Chicago Tribune” o “Daily Telegraph” están en contra.

Ya se ve que los argumentos son -en el mejor de los casos- de poco peso. De hecho, el segundo ni siquiera es un argumento, sino sólo un ataque a los malvados y todopoderosos “lobbies ecologistas”. Pero claro, es que este artículo no va de argumentar en serio. Principalmente porque si así fuera, habría que comparar las sandeces que dice con el Cuarto Informe del IPCC de 2007, donde un grupo internacional e interdisciplinar de centenares de expertos en todas las materias relevantes, trabajando bajo el mandato de la ONU -y que, incidentalmente, fue galardonado en 2007 con el premio Nobel de la Paz por ello-, ha revisado toda la producción científica mundial (esta gente ni siquiera promociona sus propias investigaciones), no sólo concluyendo que el CC. está originado por fenómenos antropogénicos, sino dando ya estimaciones de las consecuencias concretas que tendrá en función de las acciones que tome la Humanidad en las próximas décadas. Por supuesto, como son científicos y no magos, estas estimaciones tienen una importante flexibilidad (lo que significa que las cosas pueden ser menos graves de lo previsto, pero también que pueden serlo más), pero incluso en los escenarios más optimistas, las consecuencias de seguir como hasta ahora son escolofriantes[1].

¿Entonces de qué va realmente este artículo? De tratar de crear la impresión de que existe un debate real sobre el tema. Pero claro, como eso no es verdad, primero tiene que convencernos de que las meras opiniones arbitrarias tienen la misma validez en un tema científico (como es el CC., mal que les pese) que los estudios rigurosos y contrastados con datos reales. Y es que la mayor parte de lo que se dice a modo de argumentos son citas no referenciadas (respaldadas por algún tipo de estudio publicado) ni justificadas de un puñado de individuos que se nos propone ambiguamente como “expertos” sacados de esa brumosa pero aparentemente aplastante masa de “ecoescépticos”. Resulta bastante interesante echar una ojeada a quién es esta gente:

Jorge Alcalde, periodista y escritor. Además, este señor es director de Quo, “La Revista de Ciencia, Tecnologías y Sexo” [sic], de reconocido prestigio internacional, libre de toda sospecha de amarillismo.

Gabriel Calzada, doctor en Economía y profesor asociado en la Univ. Rey Juan Carlos. Dirige el instituto Juan de Mariana -un think-tank ultraliberal dedicado a difundir las bondades del libre mercado- y fue presidente del Centre for the New Europe cuando en 2003 recibió 40000$ de la petrolera Exxon. Y es que eminencia e imparcialidad a menudo van unidas.

Antón Uriarte, del que se puede decir al menos que ha estudiado una carrera de ciencias (Doctor en geografía). Sin embargo, este “experto” en climatología, no tiene niguna publicación científica conocida, de lo que se deduce que no se dedica ni se ha dedicado nunca a la investigación (o al menos, lo ha hecho de manera extremadamente inepta).

Por último, Ernesto Villar (autor del artículo) es periodista por la Univ. San Pablo CEU y dirige la sección Local de La Razón (es decir, ni siquiera es periodista científico).

A todo esto se puede añadir que los dos primeros son además habituales de La Razón, Libertad Digital, Libertad Digital TV, etc. así como de Liberalismo.org y otros puntos de la llamada “blogosfera liberal”. Y también que con esto no se pretende presumir de conocimientos del mundillo: esta información es lo que se puede encontrar trasteando con google un rato. Es de suponer que una investigación más seria revelaría más detalles simpáticos.

Aquí, no obstante, hay que hacer una matización muy importante, ya que nos lleva al quid de la cuestión: la crítica central a este artículo (y a tantos otros que clonan los disparates que dice) no está en el ataque a las personas que lo escriben o que opinan en él. Aunque la comparación resulta muy desfavorable (cuatro señores con poca o nula formación relevante ligados a grupos mediáticos de ultraderecha y/o corporaciones petroleras frente a una institución de la ONU con 20 años de trayectoria y cientos de científicos expertos en el tema), el verdadero argumento es que los primeros hablan por hablar (y ya puestos, barriendo para casa) y los segundos ofrecen resultados científicos. Y por mucho que duela, cuando se trata de un tema científico, lo que vale son los argumentos científicos. Lo que también es verdad es que, dado el nivel de sofisticación de cualquier campo del conocimiento científico a día de hoy (y la modelización del CC. está en muchos aspectos en los límites de lo que se sabe de geofísica y climatología), no tener absolutamente ningún conocimiento académico del mismo o no realizar ninguna actividad profesional científica puede resultar un pequeño escollo a la hora de aportar argumentos de ese tipo. El tipo de pequeño escollo que en otros campos -como la medicina o la ingeniería- se llama “Intrusismo profesional”. De ahí el interés de saber quién dice qué cosas.

Y es que claro, tampoco es un problema de cómo ponemos la etiqueta a las cosas: en ese sentido, ciertos disparates (como el artículo) se leen o escuchan habitualmente en el tono condescendiente y ligeramente irritado de quienes tienen que repetir una vez más lo obvio. Llaman “pseudociencia” a la ecología, y luego, en la única intervención del único “científico” del artículo (parece que ni siquiera él tenía nada más que decir), se nos advierte, por ejemplo, que el problema es insistir en relacionar el CC. con la hambruna. Cuando los informes científicos, basados en modelos de predicción metereológica y en series de mediciones ambientales, nos dicen que de aquí al 2020, la producción agrícola africana se reducirá hasta en un 50% como consecuencia del CC. (disminución de lluvias, desertificación, etc.). Pero qué tendrá que ver…

¿Entonces qué es lo que diferencia un argumento científico de otro que no lo es? Evidentemente, esta pregunta se pierde en las profundidades de la Epistemología y la Filosofía de la Ciencia (se puede empezar por aquí). Sin embargo, es posible dar una respuesta provisional pero práctica: es científico un argumento basado en razonamientos bien estructurados y relacionados con datos reales relevantes y estadísticamente significativos. En el artículo nos dicen que el último invierno ha sido el más gélido desde 1948. Puede que sea cierto, pero los últimos doce años son los más cálidos desde 1850. Y desde entonces la temperatura media ha aumentado 0.12 ºC por decenio, con una tendencia que se acelera. Por otra parte el CC. no significa simplemente que aumente la temperatura, sino que se hacen más frecuentes los fenómenos climáticos extremos. En el artículo nos dicen que el hielo de la Antártida ha crecido hasta su record histórico (?). No explican ni cuánto ni de dónde sale ese dato ni siquiera qué quiere decir exactamente. El IPCC describe observaciones satelitales que miden desde 1978 disminuciones anuales del 2.7% (y hasta el 7.4% durante el verano) de hielos marinos Árticos. Y en éste, como en todos los demás datos, dan la referencia del estudio del que se extrajeron. Y estos estudios, además están publicados en revistas en las que expertos independientes pero críticos controlan la calidad de lo publicado.

Y podríamos seguir así ad nauseam, pero es inútil. Porque al final, estamos comparando el escalofriante dato de que China sufrió en 2008 el invierno más frío de los últimos 50 años con casi 29.000 series (referenciadas) de mediciones a nivel global en las que el 94% es consistente con un aumento de las temperaturas de origen antropógeno. No hay ningún debate serio en el mundo científico.

Y por si estos señores tan condescendientes y ligeramente irritados quisieran perderse en las sutilezas de la definición de lo que es o no es Ciencia, o acusaran a los científicos de corporativistas y elitistas, yo les preguntaría si, en caso de padecer una horrible y peligrosa enfermedad (no lo quiera la fortuna) que les obligase a recibir un tratamiento experimental, preferirían recibir uno desarrollado por bioquímicos, probado por médicos y cuya eficacia estuviera demostrada por una docena de artículos publicados en revistas científicas, o si optarían en su lugar por uno desarrollado por periodistas, probado por economistas (con turbias relaciones con la compañía farmacéutica interesada) y cuyas pruebas sólo estuvieran publicadas en un artículo de opinión del Daily Telegraph. La respuesta seguramente daría para poca polémica.

Pues el Cambio Climático es horrible. Y peligroso. También hay dos tratamientos disponibles. Y ninguna polémica acerca de cuál es el correcto.

[1]Sobre los detalles del informe (que van más allá del propósito de este artículo), El Observatorio propone encarecidamente su lectura, aunque sea rápida (hay una versión resumida perfectamente asequible para cualquier lector sin conocimientos especializados). La diferencia de forma, tono y sobre todo, orden de magnitud de la evidencia, resultan obvios sólo con echarle un vistazo.

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